Hiperconectados siempre con la periferia pero buscando una pausa para conectarnos con la propia naturaleza del Ser
En los últimos días pasamos de la hiperactividad de cada uno de los trabajos que realizamos para producir y proveer recursos a nuestras familias para desacelerarnos y compartir unos días en familia en estas fiestas decembrinas y del nuevo año. Creemos que estamos haciendo una pausa, pero lo que realmente estamos haciendo es volviendo a tomar impulso para la hiperactividad de la vida laboral, pues nos quieren mucho más eficientes y productivos en cada uno de nuestros trabajos, de lo contrario seremos obsoletos no solo al trabajo que nos asignaran con más cargas asumiendo lo de dos o tres trabajadores despedidos, sino al mismo sistema capitalista.
Los que tuvieron la oportunidad de viajar o salir de vacaciones vivieron un completo estrés pues ni siquiera se enfrentaron al dilema de compartir plenamente con sus familias o estar hiperconectados. No pudieron disfrutar de un tiempo a solas, sin el celular, sin algún problema pendiente por resolver, sin el familiar que buscaba nuevos lugares o atracciones y al cual había que complacer. Pareciera que nuestra vida se fuera en complacer a los demás.
Buscamos una pausa, pero no de esas pausas activas para retomar la actividad y ser más productivo. Necesitamos una pausa que nos permita recobrar nuestro ocio productivo, una pausa que nos permita detenernos y mirarnos en lo que nos hemos convertido, en esclavos del sistema. Una pausa que realmente podamos volver a tener sentido y volver al Ser. Hemos perdido contacto con nosotros mismos pues estamos en función de los demás. Nos aterra este estado de inactividad en un mundo del acelere. Necesitamos dejar de estar hiperconectados con la periferia y conectarnos con nosotros mismos.
Esa pausa que nos permita mirar el camino hacia nuestro interior y transitarlo. Realmente es difícil pues hay muchos distractores para encontrarnos con nosotros mismos, pero es un esfuerzo que debemos hacer al centrarnos en nosotros mismos. Tenemos entrenadores para todo, pero para lo realmente importante que es nuestra espiritualidad no los buscamos. Tal vez, es hora de buscar esos consejeros espirituales que nos ayuden a conectar con nosotros mismos y con la divinidad.
Recuerdo que cuando me fui a vivir al campo vía a los Ermitaños en Piedecuesta-Santander, en la fachada pintamos una rana con el apoyo de un joven artista de la UIS. Este lugar era lo que realmente yo necesitaba, un espacio para la oración, para la reflexión, para lo contemplativo no solo de la naturaleza misma sino de mi propia naturaleza. Un espacio para nacer de nuevo en la montaña comulgando con las plantas y cultivar lo realmente importante la interioridad, mi relación con Dios.
Comentarios
Publicar un comentario